Río Blanco: tres muertes, ningún culpable y una investigación archivada (Parte 1)

By on septiembre 16, 2016
Foto: Ralph Zapata

Ha pasado un año desde la muerte de tres trabajadores de la minera Río Blanco en las alturas de Ayabaca, Piura, y las preguntas sobre su desaparición siguen sin respuesta. La investigación fiscal, que se abrió en julio de 2015, ha sido archivada en agosto de este año, aun cuando hay más dudas que certezas. Los familiares, que eran piezas clave en la historia, se echaron para atrás, sorprendentemente, luego de ser indemnizados por la compañía. elpiurano.pe, conjuntamente con el periodista Ralph Zapata, han decidido publicar esta historia –divididas en cuatro partes, desde hoy hasta el lunes–, conscientes de que hay aún mucho por investigar. La versión de Rio Blanco Cooper fue requerida para la confección de este reportaje, incluso hubo varias conversaciones con funcionarios de la empresa, pero al final no contestaron nuestros requerimientos pese a haberse comprometido a hacerlo.

Ralph Zapata y elpiurano.pe

Seis meses después de la muerte de la periodista Aleida Dávila Montes, y aún sin reponerse, la familia Montes debió soportar otro golpe sin anestesia. La matriarca del clan, doña Rosalía Montes Soberón, falleció unos días después de la Navidad. Sus hijos, que hoy 28 de julio, han venido al cementerio de Cochabamba, en Cajamarca, a dejarle flores, dicen que su progenitora murió de pena. Y con ella se extinguió la alegría que rondaba en casa, en esa casa con un jardín inmenso donde revoloteaban de pequeños Aleida y sus hermanos. Esa casa que ahora luce tan lúgubre y tan callada.

La casa de los Montes se ubica en el jirón Lima S/N, en el distrito de Cochabamba, provincia cajamarquina de Chota. Es una casa amarilla de dos pisos, levantada al lado de un camino empinado que conduce hasta el mirador del pueblo. Desde aquí se puede observar todo el valle ocupado por unas quinientas viviendas, un estadio, un colegio y un centro de salud, y una plaza central donde destaca un imponente palacio municipal. La gente se dedica, en su mayoría, a la agricultura y ganadería.

Vista panorámica de Cochabamba, en Cajamarca, pueblo natal de Aleida Dávila. Hasta allí llegó elpiurano.pe (Foto: Ralph Zapata)

Vista panorámica de Cochabamba, en Cajamarca, pueblo natal de Aleida Dávila. Hasta allí llegó elpiurano.pe (Foto: Ralph Zapata)

El viaje hasta Cochabamba demora unas cinco horas desde Cajamarca, a través de una carretera tan peligrosa como una culebra. Los buses que hacen esa ruta no tienen GPS ni son controlados por satélite. Allí solo queda aferrarse a la destreza del chofer y a la virgen de la Asunción, una santa de la que es devota la familia Montes. Una santa a quien le rezan todos los días, en busca de un poco de alivio. Un poco de paz. Un poco de luz para entender una muerte sin resolver.

Allí solo queda aferrarse a la destreza del chofer y a la virgen de la Asunción, una santa de la que es devota la familia Montes. Una santa a quien le rezan todos los días, en busca de un poco de alivio. Un poco de paz.

Eso pide esta mañana en el cementerio de Cochabamba Kety Dávila. Entender. Entender para aceptar. Entender para estar en paz. La menor de la familia Montes está sentada frente a los nichos contiguos de su madre y de su hermana. No importa que sea 28 de julio y dentro de poco hable, por primera vez en Palacio de Gobierno, el presidente Kuczynski. Los Montes –Kety, su pequeña hija Dayana, su hermano Jorge Luis y la esposa de este– han venido al camposanto a dejarles unas flores a sus ‘engreídas’. El viento seco silba con fuerza al interior del cementerio.

– ¿Cómo se superan dos muertes seguidas?, ¿cómo se vive con eso?

– Es muy difícil –explica Kety, que viste un polo negro de Tv Norte que era de Aleida–. Me refugié en mi hija y en mi trabajo. No es fácil que se te vayan las dos, las más alegres […] Cuando vemos fotos, nos quebramos. Aún vivimos con ese dolor.

En ese momento, la hermana de Aleida suelta un llanto ahogado antes de continuar. A su lado, la pequeña Dayana solo mira el cielo y los pájaros que surcan esa sábana celeste.

– Sigo rogando a Dios que salga a la luz la verdad, lo que pasó. No creo que ella haya muerto así nomás –dice secándose las lágrimas.

Kety reza ante la tumba de su hermana Aleida. Ella viste el polo de TV Norte que pertenecía a su hermana. (Foto: Ralph Zapata)

Kety reza ante la tumba de su hermana Aleida. Ella viste el polo de TV Norte que pertenecía a su hermana. (Foto: Ralph Zapata)

La verdad que busca Kety es la misma que exigió, entre gritos, su padre, Norman Dávila, el día del sepelio de su hija. “Solo exijo justicia, porque lo que han cometido es un crimen”, aseguró ese 10 de agosto de 2015. “Que este hecho no quede impune. Tiene que esclarecerse. Espero que la justicia no se deje dominar por los tentáculos materiales”.  Y sus palabras fueron respaldadas, aquella vez, por decenas de familiares y amigos que habían seguido de cerca el fatal desenlace de los tres trabajadores de Río Blanco que fallecieron en Ayabaca, en la sierra de Piura, en circunstancias aún –un año después– no esclarecidas por la justicia.

La noticia más triste

La mañana del 24 de julio del 2015, Kety Dávila celebraba su cumpleaños 33 cuando recibió la llamada telefónica de un amigo. La menor de los Montes notó su voz apagada, hasta que el hombre soltó una verdad incómoda: “Mi más sentido pésame por lo de tu hermana”, le dijo. Después la felicitó por su cumpleaños e intentó arrancarle una sonrisa, pero Kety ya se había derrumbado por dentro como una torre de naipes. Sin embargo, miró a su madre que estaba al lado, respiró hondo y agradeció el cumplido. Ese día todas las llamadas que recibió fueron para ofrecerle apoyo y “acompañarla en el dolor”, como si eso fuera posible.

Con habilidad, Kety había bloqueado hasta ese día las noticias sobre la desaparición de su hermana en Ayabaca, Piura. Su madre, Rosalía Montes, sufría de insuficiencia renal crónica y no podía recibir malas noticias. En la casa de los Montes no se escuchaba la radio ni se veía televisión, tampoco compraban los periódicos, que ya de por sí llegaban con un día de retraso. Pero doña Rosalía no se tragó el cuento de que todo marchaba bien, y comenzó a investigar por su lado. Encendió una radio vieja y, luego de unos minutos, escuchó la noticia más triste de su vida: habían hallado el cuerpo de su pequeña Aleida.

Doña Rosalía encendió una radio vieja y, luego de unos minutos, escuchó la noticia más triste de su vida: habían hallado el cuerpo de su pequeña Aleida.

Al día siguiente, la señora Montes apareció en una camilla del hospital de Chota porque se le llenaron de líquido los pulmones. Se recuperó, a duras penas, para el sepelio de su hija. Tres meses después del entierro, firmó un acuerdo privado con la empresa Río Blanco Cooper, donde aceptaba recibir una indemnización de 180 mil soles, a cambio de renunciar a toda pretensión futura contra la compañía minera o sus empresas vinculadas. Pero Kety –que acompañó a su madre en ese infeliz medio año– precisa que a doña Rosalía no le interesaba la plata. Firmó por ellos.

Este es el acuerdo privado que Rio Blanco Cooper firmó con la familia Dávila, quien ya no podrá reclamar nada a la empresa. (Foto: Ralph Zapata)

Este es el acuerdo privado que Rio Blanco Cooper firmó con la familia Dávila, quien ya no podrá reclamar nada a la empresa. (Foto: Ralph Zapata)

– Ella se murió presintiendo que algo le habían hecho a su hija –dice Kety en el cementerio–. A la minera no la querían allá en Piura. Yo no creo lo que dicen que pasó. Ella (Aleida), así sea arrastrándose, hubiera salido de allí (del cerro).

– (Aleida) era recia y caminaba mucho. No se rendía así de fácil –añade Jorge Luis, el hermano mayor de Aleida–. Por eso cuando fui a Piura a buscar a mi hermana quise entrevistarme con el sobreviviente (Manuel Herrera). Yo he estado en el ejército (cuando se ganó el apodo de ‘Rambo’) y en zonas frías la punta de tus zapatos se vuelve hielo. Pero el hombre salió ileso (Herrera), no salió ni rajado, ni quemado. Yo sé que él sabe.

– ¿Y cuál es tu teoría?

– Para mí han tapado la verdad. Creo que los metieron a la laguna.

– ¿Quiénes?

– Los ronderos de Ayabaca que se oponen a la mina –afirma ‘Rambo’–. Los metieron a la laguna para que (en la necropsia) no salga que fueron castigados. Los ahogaron y, luego, los dejaron a la intemperie.

‘Rambo’ viste un bividí azul, zapatillas punta de acero y un gorro camuflado. Son las 10 de la mañana en Cochabamba y el pueblo, a esta hora, luce bastante apacible. Más tarde será la misa en memoria de Aleida, y entonces su casa se convertirá en el centro de reunión del pueblo. Beberán, recordarán y dispararán una y otra teoría sobre la muerte de la joven periodista cajamarquina. En ausencia de una versión oficial creíble, es lo que hace ‘Rambo’ en este momento en el cementerio, mientras relata los pasajes más saltantes de la vida de su pequeña hermana.

– Un día me dijo: “Me ha salido una buena chamba. ¿Te acuerdas de Carla Díaz, con la que trabajaba en Yanacocha? Está en Piura y me está jalando”. “¿En Piura? No sé, Aleida, a mí no me cuadra”, le dije. Tenía un presentimiento. “No seas cojudo, ya vas a ver. Te voy a jalar para que trabajes conmigo. Ya no soy una chibola’, me respondió.

Hasta entonces, Aleida Dávila había trabajado solo en Tv Norte, un canal municipal del que llegó a ser gerente, y en Essalud, donde duró poco. Lo suyo era la calle, el ardor de la noticia, el conflicto que generaba su polémico punto de vista sobre la minería en Cajamarca. Jorge Acevedo, un periodista local, cuenta que si bien los comunicadores se unieron cuando Aleida se perdió en las alturas de Ayabaca, muchos marcaban su distancia. Ella defendía intereses de la minería y por eso se ganó muchos enemigos, dice Acevedo. Trabajaba en un canal municipal, no era una periodista independiente.

Si bien los comunicadores se unieron cuando Aleida se perdió en las alturas de Ayabaca, muchos marcaban su distancia. Ella defendía intereses de la minería y por eso se ganó muchos enemigos, dice Acevedo.

Incluso, Dávila llegó a publicar un diario llamado El Cajacho, financiado por intereses a favor del proyecto minero Conga. Una portada –recuerda Acevedo– señaló a los dirigentes que estaban detrás de la protesta. Desde ese día, con más furia, los ronderos de Cajamarca comenzaron a amenazarla, a buscarla para castigarla con la famosa cadena ronderil.

– A ella la habían amenazado, pero no tenía miedo, cuenta Kety. “Que se atrevan a golpearme”, decía. Ella no se dejaba. Pero mi mamá sí se preocupaba. Ella (Aleida) solo le respondía: ‘Pero es mi trabajo, mamá, de esto vivo’.

– ¿Alguna vez la fueron a visitar a Piura?

– Nunca la habíamos ido a visitar –responde Kety. Ella iba  a cumplir dos meses en Piura cuando me enteré de su desaparición.

En ese instante, ‘Rambo’ la interrumpe. “Ella (Aleida) estuvo alquilando (una habitación) en Huancabamba; no en Piura –dice con el rostro pétreo–. Si hubiéramos sabido desde el inicio que el trabajo era en Huancabamba, yo no la dejaba ir”. Pero ella me decía ‘Estoy ganando bien’. “Y eso qué importa”, le respondía y trataba de hacerla reflexionar.

A ninguno de los dos (ni a Kety ni a Rambo) le convenció que Aleida se fuera a trabajar a Piura. Ella no conocía esa ciudad, nunca había estado allá –dice Kety–. El día que me encargó sus cosas en mi casa, en Cajamarca, antes de irse a Piura, me dijo: “hermana, no sé si regresaré, pero allí te encargo mis cosas”. Me puse a llorar, recuerdo. Quizás ya no regrese, me dije. Esa premonición se cumplió, casi dos meses después de aquella breve conversación. Regresó, pero en un nicho del que su madre no quiso desprenderse hasta el día de su entierro.

 

Mañana: “Una expedición perdida. Además, porqué se le compró un pasaje a Pastrana cuando ya estaba extraviado”.